Mis amores

Mi primer amor tenia los ojos redondos y oscuros, llenos de silencio y de sensualidad. Mi primer amor tenía 15 años, y yo 12; y sus manos pequeñas abrazaban mis dudas y las entregaban al olvido. Era una traviesa que no dudó en ignorar mis propuestas de amor y mis suspiros al viento. Nombre italiano que no olvidaré, besos detrás de los salones del colegio, en la noche, sin ojos avizores, sin credibilidad.

Mi primer amor me abandonó cuando vacilé y le dije que no me gustaba la salsa. Se fue con un niño de blanco, un niño mayor de 15 años.

 

Mi segundo amor tenia los dedos cortos y la inocencia perdida, niña que me hizo hombre, hombre que se hizo niño. Mi segundo amor fue un amor de mar y olvidos, de encuentros desencontrados y de parques húmedos, solitarios, escurridizos. Un amor que olía a pan de mañana, a fresco, a rocío de verano. Mi segundo amor cogió mi hombría y la hizo suya, con sus dedos de bebe, con sus labios de mujer, con sus cabellos oscuros como fosas marinas.

Mi segundo amor no me dejó, mi segundo amor fue abandonado al lado del camino. Mi segundo amor me dijo: “te odio”.

 

Mi tercer amor se llama Ángelica.

 

Mi cuarto amor me hablaba en inglés. Un amor rápido y doloroso. Mi cuarto amor preparaba el desayuno, diligente, pudorosa, dietética. Leía de noche y pagaba las entradas. Un amor profundo, aséptico, con olor a alcohol y a paño húmedo. Así terminó mi cuarto amor. Sin herida sangrante, un corte sano, adulto, indiferente.

Mi cuarto amor desapareció y me dejó con una foto de un pollo huérfano.

Ángeles y Demonios

Empezaré este post diciendo una verdad irrefutable. Soy un idiota.

Soy un idiota que confía demasiado en las personas, que cree ciegamente que toda persona merece ser tratada como inocente y justa sin sustento aparente. Esto es algo que lo saben muy bien mi familia y amigos cercanos (término redundante, sólo las personas cercanas merecen ser llamadas amigos).

En estos días la vida me entregó dos enormes regalos. Un demonio que entró en mi vida y hogar; y que abuso de ambas llevándose consigo cosas valiosas, mas lo que más me dolió fue que se llevó mi confianza, mi seguridad y mi tranquilidad. Me gustaría decir que me siento totalmente inocente de este abuso, pero no es así, pues fui yo quien movido por mis instintos invitó al demonio a mi hogar y le dio carta blanca para hacer lo que hizo.

Un idiota lo ven.

Mas luego se me ofrece en recompensa la compañía de un ángel. De un maravilloso ser que calmó mis iras y velo mi sueño. Que me devolvió la confianza en mí mismo y en los demás. Una persona que sin pensarlo me arrancó de tortuosos tormentos y me entregó cariño y calor humano. Que me hizo sentir amado y capaz de amar. Una linda mujer que compartió su vida y atenta escuchó la mía. Que se emocionó con mis aventuras selváticas, se asustó con mis relatos nocturnos de noches tormentosas, se enfadó y maldijo por mí al demonio ladrón, preguntó como nadie por cada uno de los detalles de mi vida. Resumiendo. Me hizo sentir un ser humano valioso de nuevo.

Doblemente idiota ahora.

Por qué afirmo esto último. Pues porque a pesar de la evidencia palpable de la maldad residente en las personas, del padecimiento extremo al que puedo ser expuesto por mis ilusiones, del dolor y abatimiento que esto puede generar en mí; a pesar de todo esto, aún no pierdo la fe en el otro. Porque sé que las personas pueden ser buenas, porque sé que pueden generar amor y maravillar al otro con este amor transformador incorrupto. Y así fuese mi ángel el único ser humano capaz de tamaña proeza, aún en este caso apocalíptico, aún ahí no perderé la fe.

Mi ángel es la prueba que mi alma necesitaba, mi ángel acarició mis dolores con sus plumas; mis lágrimas no nacidas las almacenó en su seno maternal. Y puedo a pesar de todo seguir siendo feliz.

Esto demuestra mi premisa inicial. Soy un idiota. Lo sé. Y está bien que sea así. Pues lo contrario, la desconfianza y suspicacia ante lo desconocido me resulta un remedio mortal para vivir.