Una noche cualquiera

Son las nueve y me acabo de dar cuenta que esta noche es más fría si no estás aquí conmigo.

Asomo la cabeza por la ventana y la brisa antes fresca se torna extraña, ajena y agresiva. Ingresa violentamente e inunda mi habitación con el único objetivo de disipar tu aroma, que tu esencia dulce e inconfundible se difumine ante el alud oxigenado que sepulta tu presencia.

Y cuando todo acaba, no puedo sentirte… no puedo verte, tampoco olerte. Te busco entre las fundas de la almohada o en los tejidos de la colcha… pero la brisa invadió todos y cada uno de los lugares preferidos por ti, cariño.

Hoy es una noche cualquiera, es la ausencia de sol en la tierra y la música de fiesta en las calles. Es absurdo y normal.

Trato de hacerlo especial con un recuerdo y una canción,  pero son intentos vanos… un poema quizás tenga mejor suerte…

Si al despertar tu nombre acompaña mi suspiro, debo aceptar y reír con la panza y con la espalda… reír como lo hace un loco ante una manzana… reír porque tu nombre es mi aliento y sabor de mis respiros…

Es un buen intento por llenar esta noche cualquiera de algo mío y tuyo. Algo de nosotros. ¿Nosotros? Qué bonito suena esa palabra.

Nosotros seremos los caminantes en una playa sin nombre ni final, una playa donde los niños corran a mojarse los pies mientras nosotros nos abrazamos y rozamos las narices.

Nosotros dormiremos en camas separadas para extrañarnos tanto que cada noche uno de nosotros vaya a por el otro, porque el sueño no está completo sin el latido del otro, sin el cabello en el rostro y las manos en las piernas.

Nosotros comeremos hasta decir ahhh… los botones serán libres y nuestras manos no, pues se tendrán la una a la otra por siempre…

Esta era una noche cualquiera, sin música ni poesía, una noche como las son sin ti… pero ya me di cuenta de algo que olvidaba… estas noches ya no existen más, pues tú estás aquí, siempre, aquí junto a mí… en lo alto de mi corazón.

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